sábado, 8 de noviembre de 2014




se parece mucho a la relajación
mirarla con ojos quietos, innecesarios.
La miro y es como si mis ojos 
vinieran a desembocar
a la sagrada imperfección de todas las cosas.
Singulares vocecillas inocentes
creen hallar hacia sus ojos
la oportunidad de liberarse
de toda la profundidad contenida,
del calvario como nombre o norma.
Eso que dice de mis ojos me lo creo.
Si mirarla es imprescindible, de pronto
reniego de cualquier otro gesto elemental,
de todos modos afuera de sus ojos
yo no hubiera averiguado nada.
He pensado que si ella se muere
yo me vengo imponiendo
mi propia muerte. Dejar
de mirarla es pretender olvidar
el fuego. Entiéndase
que por seguir
mirándola me muero.