martes, 1 de mayo de 2018




III

—Un cocodrilo, he olvidado su nombre,
fue capaz de morir y renacer numerosas veces,
cien mil, en concreto, y así había pasado los siete 
años de su vida; a modo de figura de piedra 

al frente del jardín de aquella familia mientras 
tú sueñas conmigo.

La ciudad se había inundado y a ti lo que te preocupaba
era el pasado de ese animal, y no tanto el hecho
de que fuera científicamente irracional a un cuerpo vivo
que muere seguir llamándolo vivo.

—Vistió siempre de blanco, cuando se desperezaba
tras su letargo grandes masas de polvos blancos extendía
a este y aquel lado del porche de la casa y a eso,
alguien como tú, seguramente lo hubiera llamado
relación sentimental.

Y yo aún no seguía tus pasos, de haberte comprendido
antes te hubiera convencido de que, aunque seguramente
no es un poema al uso, no a lo que estás acostumbrada,
realmente esto es un poema de amor.

Y tú a lo tuyo, cariño, ni palabras complejas utilizabas
ni declaraciones de que lo nuestro transcurría por buen cauce.
—Si miras abajo, decías mientras yo soñaba contigo;
—Si miras bajo el agua la sombra de lo que te atormenta
parece un tiburón a punto de devorarnos a los dos.