te veo.
Mejor, pienso en ti.
Hay pájaros jugando
y una irreverente aceleración
del paso del invierno. Son
las diez y cuarenta y cuatro
de la noche, no sé qué ha
sido de ti y escribo poemas
a los que les falta algo.
si yo fuera madre
se me morirían las flores,
si no fuera el hijo. Y escribiría
poemas para mitigar la pérdida
de todos los que aprovecharon
la ocasión de florecer y se
marchitaron.
el perro
hambriento no la tripa,
la poesía y el demonio
que juegan a estas horas
a devorar ilusiones
y esperanzas. El Interior
de la carne, la sangre
sucia. La rabia y el placer
de la rabia cuando no
queda otra que adaptarse,
ponerse cómodo, y llorar.
el cielo continúa ahí,
la poesía abandonada
a la mano de dios inexistente,
pero el techo no se ha derrumbado.
Las farolas aguantan
encendidas, la alberca del abuelo,
las manos de la madre, sostienen
un puñado de cerezas
y entro en la ciudad, donde sigo
recordando la niñez como un cuchillo
de plata incapaz, por naturaleza,
de comprender tanta fascinación
por las baldosas del pasillo.
así sentado
me recuerdas a los cristales de las iglesias.
Parece que la sensación de ahogo haya quedado en nada
y el color sombrío de tus mejillas es ahora un repertorio
de demostraciones claras de que se puede volver a nacer.
Así recostado contra el cabecero de la cama, como
el que sale victorioso de una guerra a la que no ha acudido
por su propio pie, eres pan para el hambre de los jóvenes
y nunca ejemplo de valentía.
cuanto menor era la distancia
más dolían los engranajes de la máquina.
El niño jugaba con el dinero de papá
mientras llamaba papá al mejor amigo
de la familia. Adentro el estornino negro
agazapado al calor del brasero
apocadamente a los pies de la abuela
reza para que termine el baile. Y afuera
mucha vergüenza y mucha nieve.
Algunos árboles, el caldo frío.
Ninguna mujer. Ningún paseo.
todas mis puertas están abiertas.
El niño llora / a Amor le horroriza
en la noche de los muertos mecer la cuna.
Conozco la velocidad del corazón y la impaciencia
de la herida / lo dicen los perros / inútil repetirlo.
Repetir que no aprendo a repeler el agua sucia.
he gritado el dolor
como si las manos del hombre
pudieran sofocar lo incorregible,
para darme cuenta después
que estaba convirtiéndome
en humo y comprender por fin,
que este ave morirá de intemperie.
antes se burlaba de mí,
y así cerrábamos los ojos
todas las noches, mi otro yo,
el conflicto interno. Ahora
me deja terminar de hablar,
pero sigue dando
por concluida la conversación:
qué absurdo temer a un niño
breve como flor de almendro.
no es poesía,
es lo putrefacto en las ojeras
de un perro huérfano, la cal viva
que escuece en la psique,
y es la mujer que dice ser corteza
cuantos inviernos intenten
destruirla. O tal vez es poesía
y por eso sueño con ella, aunque
no duerma.