miércoles, 11 de noviembre de 2015




hablas con mi familia afanosamente,
parece que el amigo fuera yo.
Al otro lado declina el sol
su memoria, la tarde que nos queda 
mientras, tú, sostienes en tus manos
el hábito, mi viejo sufrimiento.



8 de noviembre. 

Con qué frecuencia se me viene a la mente aquella noche fría, aquel chorro de sangre oscura ofrecida en ceremonia a cualquier voluntad salvo la mía, y qué fácil me resulta pronunciar la temerosa palabra que da paso al cruel desenlace de mi pensamiento.



insisto: Somos caballeros 
y esta es nuestra casa, ahora deshabitada. 
¿Imaginas? Aquí ha muerto mucha gente, 
en esta piedra en que nos besamos.

Ella sonreía -hija de la severidad, 
sustento y furia de todos los vientos- 
Cuando su sonrisa se encontraba ausente 
él indagaba en sus tristezas por no dejarla sola.

¿Y qué los descendientes que nunca nacerán? 
Habrán de conformarse, 
allí donde la voluntad se olvida, 
con las extensas llanuras de lo imperfecto.



5 de noviembre. 

A las dos, me como una sopa. A las tres y media cojo el autobús y lo primero que hago es anotar la hora en que me siento en ese incómodo sillón azul. Alrededor de las cuatro de la tarde todavía faltan tres horas para la presentación y no sé qué hacer, así que busco un bar donde no sé qué espero con mi ilusión de cada día. Me siento pez en el agua, pero un pez aturdido que buscara refugio en el vientre de un pez mayor, a expensas de qué, pregunto, y no me contesto. El resto de la tarde está muy difusa todavía.