domingo, 29 de junio de 2014




tras abandonar
el cotidiano estado
de su voz lejana todavía
y que si llega se queda,
cuando piensas y crees en ella,
porque sobrepongo este amor
a cualquier hora,
con los ojos entornados
ya casi entregados
al sueño preferido,
permanezco.



me mira y tiemblo. Su aliento, y tiemblo. 
Su inocencia, su ternura, su más que convincente 
seguridad, seguridad que transmite 
a todo lo que la rodea, 
pero tiemblo. Tiemblo porque me mira 
y cuando ella tiembla 
yo no puedo mirarla.
Tiembla la tierra de noche 
y tiemblan todos los gatos nocturnos. 
Las escaleras tiemblan, y los espejos. 
Tiembla la supersticción
en el punto más razonable
tiembla el aire, las adelfas, el poco dinero.
Cuando estamos juntos, temblamos.
Temblamos cuando nos despedimos hasta mañana
y en la mañana, con el primer saludo, temblamos.
¡Acostumbrémonos! porque aquí
nadie va a poder nunca sujetarnos.



en un intento de entender mi silencio
lo revelador de un cielo gris
que no ha arrancado
todavía,
en una tarde como esta,
cuando pienso en los poemas
que quiero escribirte,
en los papeles rotos
y en los abandonados con rabia
ante la resignación 
de la que se proclama
la tormenta más barbara.
Lo siniestra que resulta
la posibilidad de tener un sitio
para escribir al lado tuyo.
Y lo profundamente amoroso
de saber que, por ti,
sí abandonaría para siempre
la poesía.