lunes, 9 de febrero de 2015




viste carne morena y trenza de tierras lejanas, su mirada es lucha y fuego en el horizonte y sus huesos, la amorosa delgadez de quien ayuna por el gozo de ver comer al menor de sus hermanos. Con su sonrisa gitana, también ella lleva un destino, un tiempo que cumplir, y dejando atrás el duro asiento donde sólo ella sabe qué esperaba, ya parece que tiene que irse. Apenas una melódica marcha al caminar de sus pies tempranos debería bastarme para hacer justicia a una niña como ella.
Ciudad Real, estación de autobuses, diez y cuarto de la mañana, lunes. Yo, que la miraba, que de ella no necesito despedida estoy aquí por generosidad, vine en ayunas y estoy débil. Se han apropiado de dos tubos de mi cansada sangre y he perdido el hilo de este poema.