se me insinúa en forma de recuerdo
toda la belleza contenida en unos leotardos oscuros
y la ignominia cobra mis deudas en la vil mirada
del joven que te acompañaba una noche de teatro
-por no estar loco no sabe hacerte disfrutar el
magnífico placer del flujo influyente en la alegría cuando
se apagan todas las luces- y no sólo no le arrebato
tu dolorosa saliva sino que finjo estar dormido.