jueves, 31 de mayo de 2018




te me pareces 
al vaho de los espejos.
Tienes esa gracia 
del breve cosquilleo
de la gota de agua que, 
apenas te ha rozado,
pubis abajo después de la ducha, 
ya parece que tiene que irse. 
Y me preocupa 
tanto no saber a quién acudir, 
quién me llama cuando, 
lejos mis manos 
de aquella última humedad 
del sexo, tengo 
que serenar mi corazón 
y pensar, 
por los niños, 
en mañana,
que me siento en el suelo,
frío, y hundo la cabeza
entre las rodillas
y descubro 
que es hermoso
ese estar 
a solas conmigo.




miércoles, 23 de mayo de 2018




ríos poco caudalosos, arboledas
gigantescas de gigantescos olmos secos.
Por la mañana: «Yo he soñado contigo
y un bosque.» Puentes de barro que el tiempo
ha derruido y un grupo de personas 
intimidadas por la prisa por volver a verte.
«He soñado contigo» y cada cierto tiempo
compruebas que mantengan bien atada
la venda de los ojos.
Así, a tientas, entre tu poesía y la mía
habrán de separar cuánto de lo que ambos
queríamos decir es lo que dijimos de lo que
finalmente dijimos. Y la forma de decirlo.
Y si no nos comprenden, cariño, después
de lo de Chernóbyl, que el despertar sea
siempre así, ininteligiblemente provechoso,
a la manera del amor maduro.




miércoles, 16 de mayo de 2018




Aquello no era Chernóbyl pero casi.
El viento hundía tu cabeza violentamente
contra mis hombros / a punto de dar
la hora incorrecta en la estación vacía
—Todavía se puede escuchar el sonido
de los últimos trenes, —pensaba—
y nos permitía separarnos por que no
confundiéramos con una lágrima el agua
que de su misma perversidad emanaba.
—Subirás a ese tren, muñeco de trapo amante
de sinsentidos, recordarás que me has amado,
disfrutarás esos paisajes y escribirás el poema.
Algo desorientado y torpe en el andar me di la vuelta.
No te habías movido de tu sitio, qué viento
podría arrebatarte tu apropiada ocasión de florecer.
Y luego el diálogo de después y el frío, mucho frío.
Las montañas altas y sus cotas cubiertas por finas
neblinas que morían siendo dos en el paisaje
sin ningún rencor por la mentira.




martes, 1 de mayo de 2018




III

—Un cocodrilo, he olvidado su nombre,
fue capaz de morir y renacer numerosas veces,
cien mil, en concreto, y así había pasado los siete 
años de su vida; a modo de figura de piedra 

al frente del jardín de aquella familia mientras 
tú sueñas conmigo.

La ciudad se había inundado y a ti lo que te preocupaba
era el pasado de ese animal, y no tanto el hecho
de que fuera científicamente irracional a un cuerpo vivo
que muere seguir llamándolo vivo.

—Vistió siempre de blanco, cuando se desperezaba
tras su letargo grandes masas de polvos blancos extendía
a este y aquel lado del porche de la casa y a eso,
alguien como tú, seguramente lo hubiera llamado
relación sentimental.

Y yo aún no seguía tus pasos, de haberte comprendido
antes te hubiera convencido de que, aunque seguramente
no es un poema al uso, no a lo que estás acostumbrada,
realmente esto es un poema de amor.

Y tú a lo tuyo, cariño, ni palabras complejas utilizabas
ni declaraciones de que lo nuestro transcurría por buen cauce.
—Si miras abajo, decías mientras yo soñaba contigo;
—Si miras bajo el agua la sombra de lo que te atormenta
parece un tiburón a punto de devorarnos a los dos.