te veo.
Mejor, pienso en ti.
Hay pájaros jugando
y una irreverente aceleración
del paso del invierno. Son
las diez y cuarenta y cuatro
de la noche, no sé qué ha
sido de ti y escribo poemas
a los que les falta algo.
si yo fuera madre
se me morirían las flores,
si no fuera el hijo. Y escribiría
poemas para mitigar la pérdida
de todos los que aprovecharon
la ocasión de florecer y se
marchitaron.
el perro
hambriento no la tripa,
la poesía y el demonio
que juegan a estas horas
a devorar ilusiones
y esperanzas. El Interior
de la carne, la sangre
sucia. La rabia y el placer
de la rabia cuando no
queda otra que adaptarse,
ponerse cómodo, y llorar.
el cielo continúa ahí,
la poesía abandonada
a la mano de dios inexistente,
pero el techo no se ha derrumbado.
Las farolas aguantan
encendidas, la alberca del abuelo,
las manos de la madre, sostienen
un puñado de cerezas
y entro en la ciudad, donde sigo
recordando la niñez como un cuchillo
de plata incapaz, por naturaleza,
de comprender tanta fascinación
por las baldosas del pasillo.