lunes, 27 de febrero de 2017




te veo. 
Mejor, pienso en ti.
Hay pájaros jugando 
y una irreverente aceleración 
del paso del invierno. Son 
las diez y cuarenta y cuatro
de la noche, no sé qué ha
sido de ti y escribo poemas
a los que les falta algo.








si yo fuera madre
se me morirían las flores,
si no fuera el hijo. Y escribiría 
poemas para mitigar la pérdida 
de todos los que aprovecharon 
la ocasión de florecer y se
marchitaron.








el perro 
hambriento no la tripa, 
la poesía y el demonio
que juegan a estas horas 
a devorar ilusiones 
y esperanzas. El Interior
de la carne, la sangre
sucia. La rabia y el placer
de la rabia cuando no
queda otra que adaptarse,
ponerse cómodo, y llorar.








el cielo continúa ahí, 
la poesía abandonada 
a la mano de dios inexistente, 
pero el techo no se ha derrumbado. 
Las farolas aguantan 
encendidas, la alberca del abuelo,
las manos de la madre, sostienen
un puñado de cerezas
y entro en la ciudad, donde sigo
recordando la niñez como un cuchillo
de plata incapaz, por naturaleza,
de comprender tanta fascinación
por las baldosas del pasillo.