jueves, 18 de enero de 2018
Una casa que me es ajena,
ningún amor como aquel mío,
y una puerta y una tarea nada complicada:
mantenerla cerrada a los recuerdos insolentes.
Y llaman, salvo una niña un niño y un
tercero que viene en camino, ninguno hijo mío,
estoy solo.
Más ajena por lo que conjeturo que fue
la historia de esta casa que por lo divertido
que me resulta observar jugar a dos niños
a los que no conozco.
Llaman, quién persiste ahí. Me resisto a dejar
entrar a un desconocido, que no es el demonio,
que no es el amor que renace.
Desde este lado puedo oler su cal viva.
—Que venga solo, —golpeo como diciéndolo
dos veces el suelo con la palma de mi mano.
—Antes de que vuestro papá vuelva, niños,
haré por sostener la poca vida del ahogado,
a la altura de la boca, para que de los que un día
me quisieron apenas el que está por venir
se percate del exiguo peso de mi cuerpo,
asustado, de rodillas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)