cuanto menor era la distancia
más dolían los engranajes de la máquina.
El niño jugaba con el dinero de papá
mientras llamaba papá al mejor amigo
de la familia. Adentro el estornino negro
agazapado al calor del brasero
apocadamente a los pies de la abuela
reza para que termine el baile. Y afuera
mucha vergüenza y mucha nieve.
Algunos árboles, el caldo frío.
Ninguna mujer. Ningún paseo.
todas mis puertas están abiertas.
El niño llora / a Amor le horroriza
en la noche de los muertos mecer la cuna.
Conozco la velocidad del corazón y la impaciencia
de la herida / lo dicen los perros / inútil repetirlo.
Repetir que no aprendo a repeler el agua sucia.
he gritado el dolor
como si las manos del hombre
pudieran sofocar lo incorregible,
para darme cuenta después
que estaba convirtiéndome
en humo y comprender por fin,
que este ave morirá de intemperie.
antes se burlaba de mí,
y así cerrábamos los ojos
todas las noches, mi otro yo,
el conflicto interno. Ahora
me deja terminar de hablar,
pero sigue dando
por concluida la conversación:
qué absurdo temer a un niño
breve como flor de almendro.
no es poesía,
es lo putrefacto en las ojeras
de un perro huérfano, la cal viva
que escuece en la psique,
y es la mujer que dice ser corteza
cuantos inviernos intenten
destruirla. O tal vez es poesía
y por eso sueño con ella, aunque
no duerma.