miércoles, 8 de febrero de 2017




cuanto menor era la distancia 
más dolían los engranajes de la máquina. 
El niño jugaba con el dinero de papá 
mientras llamaba papá al mejor amigo 
de la familia. Adentro el estornino negro 
agazapado al calor del brasero
apocadamente a los pies de la abuela
reza para que termine el baile. Y afuera
mucha vergüenza y mucha nieve.
Algunos árboles, el caldo frío.
Ninguna mujer. Ningún paseo.








todas mis puertas están abiertas. 
El niño llora / a Amor le horroriza 
en la noche de los muertos mecer la cuna. 
Conozco la velocidad del corazón y la impaciencia 
de la herida / lo dicen los perros / inútil repetirlo. 
Repetir que no aprendo a repeler el agua sucia.







he gritado el dolor 
como si las manos del hombre 
pudieran sofocar lo incorregible, 
para darme cuenta después 
que estaba convirtiéndome 
en humo y comprender por fin,
que este ave morirá de intemperie.








antes se burlaba de mí,
y así cerrábamos los ojos 
todas las noches, mi otro yo, 
el conflicto interno. Ahora 
me deja terminar de hablar, 
pero sigue dando
por concluida la conversación:
qué absurdo temer a un niño
breve como flor de almendro.








no es poesía, 
es lo putrefacto en las ojeras 
de un perro huérfano, la cal viva 
que escuece en la psique, 
y es la mujer que dice ser corteza
cuantos inviernos intenten
destruirla. O tal vez es poesía
y por eso sueño con ella, aunque
no duerma.