miércoles, 10 de diciembre de 2014




¡Quién pudiera creer en un dios 
por entender mi desatino, 
perdonar pecados que nadie ha cometido, 
enfermedad de otro que sufro yo! 
¡Quién pudiera, como tú, y como 
el diamante en bruto, tener la pureza!


¡Quién fuera hombre solitario 
en la tierra, 
desamparado hacia el sueño preferido, 
con la codiciosa necesidad
cual ventisca codiciosa de tenerte a todas horas,
de traerte para ser tu único amante o amigo!