sábado, 20 de diciembre de 2014
en el momento justo de tu ausencia
intuí una caída de ojos
cuando más lejos estaba
de todo lo que nunca me importó.
Desconocía su dueño y el lugar exacto
donde más dolerían.
Quería escribir
sobre esos ojitos cansados,
y a sabiendas de que nunca
podría curarlos, les di
mi propio color y mis modales.
El adiós fue inevitable.
como primer modelo
de algo parecido a la cobardía
la vena por la que corre
la fuerza con que se abandona,
pues siempre vivirá bajo el yerro sustento
de no querer ver una lágrima
en el rostro de nuestros seres queridos.
Y así permanecemos,
en una más que aparente necesidad
de fingir que somos felices
y no hay dolor,
luego de haber escuchado
que una madre o el amor verdadero
no requieren de un gesto
para profundizar en el daño
y sentir tu pena.
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