sábado, 18 de enero de 2014

Siberia.




es su voz, ahora recordada, 
una cajita de música en mi pecho.
Las caricias blancas 
y los aromas bruscos y fríos del invierno.
Una generación nueva de amor en mis oídos. 
La gota de rocío que, cuando amanece, 
mantiene dulces mis ojitos entreabiertos. 

Terriblemente dulce y fría 

siempre confundí el lugar y su voz 
a lo largo de toda la escala de blancos.

Tenía los pies helados 

y se llamaba Siberia.

Mis manos vergonzosas 

solicitaban sus ojitos de sal, 
que lo decían todo 
y en cambio no decían nada, 
y que delicadamente, para no hacerme daño, 
me insinuaban antes de cada madrugada 
que abandonara las letras 
para dedicarme entero 
al horrible frío de su cuerpo.

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