miércoles, 8 de octubre de 2014



I

Inmediatamente después de escuchar tu voz
con desmesura comienzo a creer en dios
al otro lado del teléfono, 
y como sangre de inocencia al lugar de los ilesos
huyendo por inercia del viejo jardín
de las eternas carencias afectivas
regresa mi conciencia al sueño preferido.



Que corra el agua por donde quiera
si ya no voy a escribir mis tormentos,
si hay una llamada que no voy a realizar
desde el acantilado
o desde el borde exacto del arrepentimiento;
si ante la divinidad que encierra un cuerpo
cuando esta alma no es la mía
puedo perdonarme lo perdonable.


II

Caridad, mi capacidad de asombro,
mi capacidad para detener el curso del agua
cuando fluye a disgusto, de dar aroma y canto
a esa flor que te pones en el pelo las noches de fiesta;
mi irrefrenable manera de esperar
que las cosas cambien, porque cambian.

Que corra el agua por donde quiera
en forma de dios, de flor, de nube caliente
al otro lado del teléfono.

III

Desde aquí puedo verte, puedo sentir
el titilar nervioso de tus ojos ante lo arduo,
ante lo incomprensible de la vida.
Hago así con la mano y puedo tocar tu voz:
Callar quisieras tal vez las heridas
cuyos latidos no supiste hacer memoria.
Desde aquí intuyo cada palabra,
cada inocente arma de defensa.
Intento comprender cada duda
y es entonces cuando te detengo
acercándome a tus labios con mis dedos.

..

Tengo ganas de decir
que, si ya no me quieres,
sólo tú me querías.

No me digas tú que es tarde
para hacer de la tragedia
una nueva ilusión.

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