jueves, 26 de octubre de 2017
los primeros días
después de aquello que me adoleciera
el sueño se antojaba rápido, y casi siempre
me era interrumpido por cualquier
pequeño cambio de dirección
en los inestables vientos de las calamidades.
Yo ya no encontraba esas pequeñas alegrías
en el vivir porque había quedado
blando como la raíz, y por entonces la humedad
de los huesos me había llegado ya
a la parte con que se honra el cuidado
de familia y amigos. Detenerme cada despertar
y dedicar el tiempo a hacer memoria
-¿habría tocado hoy sueño bonito?- era un lujo
que no podía permitirme. El día de los muertos
estaba cerca y si algo me distinguía,
esforzándome en mantenerme lejos de aquellos,
era mi insaciable capacidad
para hurgar en lo que ya estaba vacío.
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