lunes, 18 de noviembre de 2013




cierro los ojos, posando suavemente mi mano
sobre mi mejilla izquierda, respiro, y la veo ahí,
delante mía, quieta y asombrosamente dulce.

Con su vestido de infierno de fiestas y en el pecho
millones de lunares que intuyo, con sus cabellos
negros como la alegría de irme para pensar en ella.

Hermosa, irrepetible como la oportunidad perdida
para decirle que la quiero, como 
el tiempo si se detiene que entonces sí es tiempo. 

Terriblemente bella, y callada, pero intuyo cada 
palabra y entonces la detengo acercándome sus 
labios con mis dedos. Cierro los ojos, y mi mano, 

cuidadosamente pero sin miedo, acaricia su mejilla 
una última vez, antes de convertirnos en recuerdo.

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