domingo, 29 de junio de 2014
me mira y tiemblo. Su aliento, y tiemblo.
Su inocencia, su ternura, su más que convincente
seguridad, seguridad que transmite
a todo lo que la rodea,
pero tiemblo. Tiemblo porque me mira
y cuando ella tiembla
yo no puedo mirarla.
Tiembla la tierra de noche
y tiemblan todos los gatos nocturnos.
Las escaleras tiemblan, y los espejos.
Tiembla la supersticción
en el punto más razonable
tiembla el aire, las adelfas, el poco dinero.
Cuando estamos juntos, temblamos.
Temblamos cuando nos despedimos hasta mañana
y en la mañana, con el primer saludo, temblamos.
¡Acostumbrémonos! porque aquí
nadie va a poder nunca sujetarnos.
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