lunes, 4 de agosto de 2014





mujer sonrisa. Llanto de luna que apaciguaste la sed 
del cauteloso perfume de mi infortunio. 
Hermosa y leve. Oscura y tibia 
que duermes en su nombre 
y sólo cuando la nombro 
despiertas. Noche,
noche para otros
que aun después
de siempre penetrar en casa ajena
y mucho duele
la firme sentencia
con que marcas la huida
finjo no haber conocido dolor
para esconder su nombre
y tapar su pena.
Diviniza mi honra,
no guardes rencores, que esto
es amor. Que he sangrado su carne
y he bebido
de la terrible necesidad
de un beso, de un abrazo, de un te quiero.
Que exponiendo esta quejumbrosa alma
he tratado en la más similar
a la tierra prometida
y he profetizado a tientas
porque nunca quise despertar
la luz. Yo no quise
desprenderte, noche ajena, de las manos
de tu manto negro.
A través de un cristal callado
promesas de cuidado
sobre la cicatriz de su vientre yacen.
Noche ajena, dame la oportunidad.
Jura que está bien
y duerme, jura bajo el cielo sin dueño.
Dame la tranquilidad del enamorado
que aun dormido no olvida,
que aun dormido ama
porque confía.
Mujer sonrisa y llanto dormido.
Cuando nos dejes a solas
perdónala por arrebatar
su luz a tu luna,
por el buen rato de carne y piel
que tiene, señora,
sentados a la luz de las velas.
Perdónala también
las suplicas a la lentitud
de un instante, y en
los recovecos de nuestra sangre,
por ti, y a través
del perdón,
hallarás ternura.

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